EL PARQUE DE LA PRIMAVERA

Hace poco leímos un ejercicio literario de un artista/escritor/cuentero que describe cómo fue (o cómo hubiese sido) las tardes en familia en un parque imaginario que no existe pero que sin duda debería existir en Medellín.
Las coordenadas de El Parque de La Primavera dan a entender que El Naranjal es vecino de un bello parque que da la alegría a buena parte de la ciudad.
Lo queremos compartir con ustedes, para que se imaginen cómo sería que en vez de edificios, El Naranjal desapareciera para darle pasa a un espacio de ciudad… pero eso son pedirle peras al olmo.

EL PARQUE DE LA PRIMAVERA (SERIE ESCENARIOS IMAGINARIOS, # 1)

 

Parque de la Primavera – Ilustración Susana Moncadaparque-de-la-primavera-ilustracion-susana-moncada-vaccalocca

A muchas ciudades de Colombia les hace falta un verdadero parque, un espacio con amplias zonas verdes, árboles, animales, lago y ―porqué no― cuevas, laberintos, cerros; un lugar en el que sean posibles el descanso, el deporte, los eventos masivos y la convivencia con la naturaleza. Supongamos que Medellín tiene un lugar así en el pleno corazón de la ciudad: El Parque de la Primavera, 841.000 metros cuadrados para respirar vida. Con este sueño verde estreno esta serie de ESCENARIOS IMAGINARIOS, espacios físicos que perfectamente podrían existir en nuestras calles.

A escasas cuadras al norte del barrio Carlos E. Restrepo, entre cuyos edificios se alojan bares y cafés habitados por los artistas, intelectuales y bohemios de cada próxima generación desde hace casi medio siglo; a la rivera occidental del Río Medellín, tan sólo separado por el corredor verde, los cuatro carriles de la Avenida Regional y el Barrio de los Indigentes; al extremo sur del complejo administrativo y residencial Suramericana ―donde en la década de los 90’s se reunían bailarines de breakdance y capoeira a las afueras de la BPP―, y al oriente de los comercios y deshuesaderos clandestinos de carros ubicados en los alrededores del Éxito de Colombia se encuentra el Parque de la Primavera, ese espacio de Medellín que milagrosamente la urbanización no pudo devorar, que ningún obispo godo reclamó para recluir allí bajo su sotana a jovencitos indecisos y sumisos y que ―para alivio de casi cuatro millones de ciudadanos― ha sido un espacio de encuentro y esparcimiento en el que por generaciones han dado sus primeros pasos, han robado los primeros besos y han elevado sus primeras cometas los habitantes del Valle de Aburrá.

Mi papá tenía un taxi (un Mazda 323 del que no recuerdo la placa ni el modelo) en el que sagradamente todas las tardes de los sábados empacaba a su camada de cuatro hijos y junto con mi mamá bajaba derecho por Ayacucho para desde Buenos Aires atravesar el Centro, abordar la Av. Oriental hacia el sur y bajar a la calle San Juan, para luego de avanzar por el deprimido de La Alpujarra y pasar el Río, llegar finalmente al Parque de la Primavera. En ese entonces (finales de los 80’s, principios de los 90’s) no había parqueaderos como ahora, la gente que llegaba en carro lo iba cuadrando a un costado de la calle, uno después del otro, con el espacio suficiente para que el de adelante y el de atrás pudieran salir. Nosotros nos bajábamos del carro como si hubiéramos llegado a otra sala de la casa, mi mamá nos dejaba corretear por donde quisiéramos sin tener que vigilarnos, pues había un pacto implícito colectivo entre mamás por cuidar a los niños que estuvieran cerca a cada una, sin importar que no fueran los propios. Ellos dos se bajaban del carro sin afán, abrían el baúl y sacaban el ponchito verde, el remix o el dominó, elmecato y una grabadorcita negra en la que mi papá escuchaba los partidos del Nacional. Nosotros (Ale, Ángela, Jorge y yo, en orden cronológico) nos repartíamos por las mangas como colonizadores de áreas del parque, cada uno en su propia exploración pero contándole a los otros tres hermanos los hallazgos de cada tarde: un cocuyo con la luz apagada, un hormiguero más grande que el de las mangas de la cancha de Castilla, los restos de una cometa que caparon más temprano, una bola de cristal escondida entre la hierbita, un bosquecito de maticas dormilonas sin cerrar, unos cadillos apenitas para tirárselos a Ángela en el pelo… en fin, imágenes como para postear hoy en Instagram con el filtro Toaster. Luego de unas tres horas de jugar, comer maní y chocolatinas Jet, rasparnos las rodillas y sudar hasta el punto de que los chorros bajaban por la frente hacia las mejillas enmarcando el polvo acumulado, mis papás recogían las cartas, doblaban el ponchito, apagaban la grabadora y “¡Cuando quiera nos vamos ya!”, sentenciaba don LuisCa. Mi mamá nos limpiaba el sudor y nos sacudía la ropa para podernos montar de nuevo al carro. De regreso, a veces parábamos a comer en Prestoo esperábamos hasta llegar a la casa e ir a donde el muchacho de los perros de Ayacucho, a la vuelta de la casa, al frente de la Puerta Inglesa.

En esa época, el Parque de la Primavera era habitado en las noches por lospelados más grandes, que se iban a escuchar música, a fumar a escondidas, a tomar y a conseguir novia. También desde eso se hacían conciertos de grandes bandas, como hoy: Soda Stéreo, Caifanes, Richie Ray y Bobby Cruz, Vicente Fernández, The Clash, hasta una vez trajeron a Kitaro y a Toto y el parque se llenó de todos los neohippies de las universidades públicas del país, y las viejitas rezanderas del sector se persignaban al ver “tanto muchacho mechudo”.

Como a todo rincón de la Bella Villa, al Parque también lo visitó la violencia desalmada de esos años. A veces amanecían cuerpos inertes en los bosques más tupidos y los de la SIJIN se limitaba a decir que eran ajustes de cuentas; algunas noches se armaban riñas con los duros y de los malentendidos por el asunto más insignificante se pasaban a los tiros, sembrando en las nuevas generaciones el concepto irreparable del poco valor de una vida. Pero eso no era una condición exclusiva del Parque, sino nada más que el reflejo de una ciudad que ya estaba enferma de ese virus incurable que la aqueja aún hoy.

Fuese como fuera, en el Parque de la Primavera están reflejados años y años de historia de los habitantes de la ciudad: los troncos de los árboles aún llevan tatuados en su corteza amores y desamores; los columpios y mataculines no paran de subir sueños hasta el cielo, de bajar estrellas hasta el suelo; los venteros ambulantes siguen pregonando las paletas de agua, loschitos, los chicles, los armados, las panelitas, los Coffee Delight, losSuperCoco; y las nubes todavía metamorfosean a su paso, y nosotros ―tirados en la manguita― les seguimos adivinando las formas mientras el sol y la luna pasan, mientras el tiempo nos pasa.

¿Qué recuerdos tienen ustedes de este Parque?

 

 

Texto por : Mauricio Patiño A

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